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miércoles, 18 de noviembre de 2015

Antonio Arenas se jubila, mientras su clientela le echa de menos

En Isla Cristina hay personas que han tenido una vida dura, sacrificada y entregada a su trabajo. Muchos anónimos que, de forma callada y sin aspavientos, pasaron a la reserva tras años de esfuerzos con el objetivo de sacar adelante a la familia.

A otros, sin embargo, la vida les sacó a patadas de ese anonimato y dieron la cara tras un mostrador. Y si encima eres tímido, al principio se hace complicado el gusto por tu trabajo. Uno de éstos es Antonio Arenas, cariñosamente conocido como Antoñito el del Pósito. Ese joven que en un principio daba números en papel y luego se peleó con las teclas de un ordenador.

Comenzó en la tercera planta del ISM, frente al colegio Reina María Cristina, en 1979. Venía para unos pocos meses pero tuvo suerte y un año después ganó plaza que ha conservado hasta hace poco, acumulando la friolera de 36 años cotizados.

Eran aquellos años en los que cuando llegaba un herido de urgencia, era el médico el que bajaba hasta la ambulancia aparcada en el descampado de enfrente. Antonio entonces daba la mitad de números que hasta hace poco. Isla Cristina crecía y, por ende, las visitas al médico, a lo que había que sumar los veraneantes en la época estival.

Y aunque en los primeros años su timidez le causó cierta inquietud, a los pocos fue pasando y se adaptó a una forma de trabajo que, al final, amó, arropado por sus compañeros a los que siempre consideró su segunda familia.

Los tiempos avanzan que es una barbaridad y el viejo local se quedaba pequeño, obsoleto y casi tercermundista para una población que por entonces rozaba ya los 18.000 habitantes. Y llegó en nuevo Centro de Salud, el celeste y rodeado de verde, que posibilitó el aumento de médicos, especialidades y Servicio de Urgencias las 24 horas al día y una ambulancia de verdad.

Pero para Antonio, lo que debía haber supuesto algo positivo, le causó más de un dolor de cabeza. El cambio a mejores instalaciones, equipamiento y comodidad, también supuso diferencias en su forma de desarrollar su trabajo. Y de dar papelitos con el nombre del médico, consulta y hora, pasó a sentarse delante de una pantalla de ordenador, con un teclado lleno de letras, comandos y números. No fue nada fácil.

Antonio tiene familia, primordial en su vida. La gran sonrisa en su cara denota su pasión por ellas. Su mujer e hijas han sido pilares básicos para afrontar momentos delicados en su trabajo. No siempre fue todo perfecto, hubo días complicados en los que cualquiera hubiera tirado la toalla, pero Antonio sacaba fuerzas de no sabe donde y tiraba hacia delante.

Otra de sus pasiones, la pintura. Casi nadie que le veía tras el mostrador podía suponer que Antonio pintaba, y lo hace bien. Paisajes de su Isla Cristina, la playa como plató natural para sus óleos que salieron a la luz, primera vez, en 1990, en una exposición en la Sala Capitular del ayuntamiento.

Y ahora, jubilado desde hace poco, Antonio no se aburre. Ha potenciado aquellas aficiones que tenía desatendidas por la falta de tiempo y disfruta de cada minuto, de cada segundo que le ofrece la vida.
Recuerda con cariño su trabajo, el contacto directo con su “clientela”, no en vano, atendía diariamente a 300 isleños con sus problemas y circunstancias. Siempre con un gesto amable y solución para cada caso. Nunca se limitó a cumplir su jornada laboral . Se implicaba y le gustaba ayudar.

Es todavía habitual oír a sus “señoras” preguntar por él en el mostrador del Centro de Salud. Caras de sorpresa y alguna triste porque Antoñito ya no volverá a darles la cita para su médico de cabecera y de paso regalarle un consejo.

Antonio tiene un deseo, que le recuerden con cariño, algo de lo que es consciente y lo agradece de forma infinita. Ese hecho es una suerte. No siempre se deja huella por donde pasas, pero este joven tímido y sensible de espíritu lo ha conseguido.

Antoñito el del Pósito, ya no está en su Centro de Salud, ese que pareció hasta suyo, por la implicación que ponía en todo lo que hacía, pero ha dejado un grato recuerdo entre compañeros y “clientas”.

Antonio Arenas, un isleño que supo compaginar su trabajo con ayudar a todo el que se lo pidió y que aún sigue haciéndolo, con conversaciones a salto de mata en plena calle, disfrutando con su mujer de un simple paseo por las playas isleñas, orgulloso de los éxitos de sus hijas, pintando lo bonito de su pueblo y viviendo relajadamente.
Se lo ha ganado con creces.

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