En Isla Cristina hay personas que han tenido una vida dura,
sacrificada y entregada a su trabajo. Muchos anónimos que, de forma
callada y sin aspavientos, pasaron a la reserva tras años de esfuerzos
con el objetivo de sacar adelante a la familia.
A otros, sin embargo, la vida les sacó a patadas de ese anonimato y
dieron la cara tras un mostrador. Y si encima eres tímido, al principio
se hace complicado el gusto por tu trabajo. Uno de éstos es Antonio
Arenas, cariñosamente conocido como Antoñito el del Pósito. Ese joven
que en un principio daba números en papel y luego se peleó con las
teclas de un ordenador.
Comenzó en la tercera planta del ISM, frente al colegio Reina María
Cristina, en 1979. Venía para unos pocos meses pero tuvo suerte y un año
después ganó plaza que ha conservado hasta hace poco, acumulando la
friolera de 36 años cotizados.
Eran aquellos años en los que cuando llegaba un herido de urgencia,
era el médico el que bajaba hasta la ambulancia aparcada en el
descampado de enfrente. Antonio entonces daba la mitad de números que
hasta hace poco. Isla Cristina crecía y, por ende, las visitas al
médico, a lo que había que sumar los veraneantes en la época estival.
Y aunque en los primeros años su timidez le causó cierta inquietud, a
los pocos fue pasando y se adaptó a una forma de trabajo que, al final,
amó, arropado por sus compañeros a los que siempre consideró su segunda
familia.
Los tiempos avanzan que es una barbaridad y el viejo local se quedaba
pequeño, obsoleto y casi tercermundista para una población que por
entonces rozaba ya los 18.000 habitantes. Y llegó en nuevo Centro de
Salud, el celeste y rodeado de verde, que posibilitó el aumento de
médicos, especialidades y Servicio de Urgencias las 24 horas al día y
una ambulancia de verdad.
Pero para Antonio, lo que debía haber supuesto algo positivo, le
causó más de un dolor de cabeza. El cambio a mejores instalaciones,
equipamiento y comodidad, también supuso diferencias en su forma de
desarrollar su trabajo. Y de dar papelitos con el nombre del médico,
consulta y hora, pasó a sentarse delante de una pantalla de ordenador,
con un teclado lleno de letras, comandos y números. No fue nada fácil.
Antonio tiene familia, primordial en su vida. La gran sonrisa en su
cara denota su pasión por ellas. Su mujer e hijas han sido pilares
básicos para afrontar momentos delicados en su trabajo. No siempre fue
todo perfecto, hubo días complicados en los que cualquiera hubiera
tirado la toalla, pero Antonio sacaba fuerzas de no sabe donde y tiraba
hacia delante.
Otra de sus pasiones, la pintura. Casi nadie que le veía tras el
mostrador podía suponer que Antonio pintaba, y lo hace bien. Paisajes de
su Isla Cristina, la playa como plató natural para sus óleos que
salieron a la luz, primera vez, en 1990, en una exposición en la Sala
Capitular del ayuntamiento.
Y ahora, jubilado desde hace poco, Antonio no se aburre. Ha
potenciado aquellas aficiones que tenía desatendidas por la falta de
tiempo y disfruta de cada minuto, de cada segundo que le ofrece la vida.
Recuerda con cariño su trabajo, el contacto directo con su
“clientela”, no en vano, atendía diariamente a 300 isleños con sus
problemas y circunstancias. Siempre con un gesto amable y solución para
cada caso. Nunca se limitó a cumplir su jornada laboral . Se implicaba y
le gustaba ayudar.
Es todavía habitual oír a sus “señoras” preguntar por él en el
mostrador del Centro de Salud. Caras de sorpresa y alguna triste porque
Antoñito ya no volverá a darles la cita para su médico de cabecera y de
paso regalarle un consejo.
Antonio tiene un deseo, que le recuerden con cariño, algo de lo que
es consciente y lo agradece de forma infinita. Ese hecho es una suerte.
No siempre se deja huella por donde pasas, pero este joven tímido y
sensible de espíritu lo ha conseguido.
Antoñito el del Pósito, ya no está en su Centro de Salud, ese que
pareció hasta suyo, por la implicación que ponía en todo lo que hacía,
pero ha dejado un grato recuerdo entre compañeros y “clientas”.
Antonio Arenas, un isleño que supo compaginar su trabajo con ayudar a
todo el que se lo pidió y que aún sigue haciéndolo, con conversaciones a
salto de mata en plena calle, disfrutando con su mujer de un simple
paseo por las playas isleñas, orgulloso de los éxitos de sus hijas,
pintando lo bonito de su pueblo y viviendo relajadamente.
Se lo ha ganado con creces.
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