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viernes, 21 de febrero de 2014

Relato ganador del II Certamen Literario Juvenil 'Carnaval de Isla Cristina'

Horacio se sentía como una lluvia clandestina, tenía inquietudes y un mundo nuevo que se abría poco a poco desde la sensibilidad de sus ojos, donde el mundo cobraba una textura diferente. El cielo era más azul, los grandes eucaliptos más verdes y el mar más intenso.

Dibujó en su interior ese universo, pero su alrededor no podía comprender su visión y es que con 16 años, los niños sólo piensan en fútbol y chicas.

Cuando volvía a casa desde el Instituto, le gustaba detenerse a mirar cómo bailaba la sombra de los árboles, el viento que los agitaba le susurraba poemas.

Se sentía solo, frustrado y aunque disfrutaba de esos momentos, siempre lloraba sin remedio, preguntándose que le hacía tan diferente.

Amaba con una pasión desmedida, pero sus amores nunca eran correspondidos, sentía tal pena que el mundo se volvía plomo y como una pesada carga él deambulaba. El mar era inmenso como inmenso era su pesar, en su mente escapaba de este mundo, él volaba y al llegar a casa pintaba y soñaba diferentes realidades, poco a poco se iba acercando su día más esperado. Los días en los que él podía ser lo que quisiera, en los que la gente no le juzgaría por como era, estaban próximo “ LOS CARNAVALES”

Llevaba tiempo diseñando un disfraz único, con grandes alas y colores radiantes, con toda la luz que el mundo cruel que le rodeaba no le dejaba sacar a lucir, con unas alas para sobrevolar los perjuicios, el día 14 estaba próximo.

En estos días de invierno, disfrutaba paseando por el casco antiguo de su ciudad, admirando las humildes casas que entre la lluvia parecían ser más acogedoras, el viento de levante golpeaba las callejuelas que olían a sal y a mar, el ruido de los barcos llamaba su atención, estaban llegando.

Al fin podría abrazar a su padre al que tanto extrañaba, después de 6 meses en Angola. Corrió apresuradamente, esquivando la negra piedra de las calles, volando sobre la lluvia, ahí estaba su padre, sonriente y con mucha más barba. Estaba claro que había sido muy duro, pero ver la sonrisa de su hijo era la recompensa que él esperaba.

De vuelta a casa, no paraba de hablar, sobre todo, de lo que había pasado, de cómo había cambiado el pueblo. Ya llegando a casa, se apresuraba a abrirle la puerta gritando a su madre que ya estaba allí. El abrazo en el que se fundieron podría haber parado una guerra, el amor incandescente del marinero por su esposa siempre causó admiración en Horacio. Ahora que estaban todos juntos, podrían tener unos carnavales felices.

Ultimó los detalles, ese era el gran día, las máscaras bailarían en la noche un vals perpetuo. Su corazón latía a ritmo de tres por cuatro, mientras se sumergía en la tela y la máscara sentía como sus nervios disminuían y como el ángel que portaba se apoderaba de él y de sus movimientos. Era algo indescriptible, como si le hubiera dado una fuerza sobrehumana, él manejaba a placer el cuerpo pero con una fuerza diferente.

Cuando entró a la carpa, todos inevitablemente giraron la cabeza, era un autentico ángel. Ante sus ojos había bajado tal divinidad del cielo y estaba agitando las alas en medio de la tierra. La fascinación que causó fue tal, que todas las persona quisieron bailar con él. Horacio no sabía que pasaba, pero era feliz. Bailó con su amor no correspondido, se sentía elevado, excelso, como un ángel asexuado que amaba las almas de los mortales y la fragilidad de sus cuerpos. La noche iba pasando y el jurado estaba a punto de dar su veredicto, todos sabían que ese autentico querubín ganaría. Aunque nadie sabía su nombre ni sus pensamientos, aunque planeara conquistar el mundo, ellos le admiraban por su exterior, por su máscara.

Horacio subió al escenario elevado, que presidía la carpa, todos pedían que se quitara la máscara, querían ver qué genio había tras el disfraz.

Antes de retirar su nariz veneciana, Horacio quiso hablar y dijo: “¿Cuántos de vosotros, mortales, buscáis apoyo en algo mayor? ¿ Cuántos os regocijáis del apoyo colectivo para insultar, increpar y llenar vuestras vidas de falsos logros? ¿Diferenciáis los matices que hay en la lluvia gris de las tardes de invierno? ¿Frenáis vuestros pasos cuando una nube que juega os tapa el sol? ¿Os fijáis en los detalles que envuelven vuestras vidas? ¿De verdad no sabéis quien soy yo?

Quien tiene el interior mortificado por seres que basan sus opiniones en una máscara, por seres que denigran sin motivo a un igual por el hecho de ser diferente. Muchas veces me he hundido en la más absoluta tristeza, pero hoy, gracias a esta fiesta, que me deja liberarme he resurgido de mis cenizas como un fénix blanco impoluto”.

Horacio retiró su máscara, las personas se sobrecogieron y todo se disolvió en un gran aplauso que no cesó en mucho tiempo.

Desde ese día todo fue mejor, las personas de este bello pueblo aprendieron que lo importante está en el interior y que lo físico es sólo una máscara, que la autentica belleza sale a relucir cuando nosotros nos aventuramos a conocer personas sin crear ninguna barrera de prejuicios.

Los días eternos siguieron pasando en el marinero pueblo, las playas con un mar inmenso y los cementerios llenos de flores.

Seudónimo: Leporello

(Alvaro Riego Martín)

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