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domingo, 21 de diciembre de 2014

Las Cosas de Goyo "El fútbol infantil y la violencia"

En estas últimas semanas se ha hablado mucho de la violencia en el fútbol porque unos señores decidieron descargar sus frustraciones vitales entre ellos con resultados trágicos. A partir de ahí la liga de fútbol profesional ha empezado a multar a gente en los campos por propinar insultos a los futbolistas, sus madres y a cualquier persona con algún vínculo familiar.

Lo que hasta ahora parecía normal en un estadio, ahora es punible. Lo que antes era un “tusmuertopisoteao harbitro hijodeputacabron” ahora va a ser algo así como: “¿Pero no ha visto usted vuesa merced trencilla de mis amores que el futbolista de mi equipo estaba en linea con la defensa contraria, lo cual nos hace deducir que no había fuera de juego y por lo tanto este gol en el último minuto que nos hubiera dado la Copa no es sino legal, en tanto en cuanto usted nos acaba de presuntamente robar en nuestra cara?”. Sí, vamos a civilizar el fútbol.

Mientras nos proponemos convertir a las turbas enfurecidas en seres con calma, sosiego y savoir faire aparte de convertir a Manolo el del Bombo en Manuel el Pianista Virtuoso quizá deberíamos enfocar nuestros esfuerzos en ese submundo futbolístico que se llama “categorías inferiores”. Y ya no solo de la segunda y tercera regional, sino en esas categorías en las que juegan niños y en la que muchos de ellos terminan traumatizados por la actuación de sus padres.
 
¿Qué les pasa a los padres que van a ver a sus hijos al fútbol? Muchos de ellos se toman todos y cada uno de los partidos de sus hijos como un enfrentamiento a vida o muerte en el que está en juego su futuro. En este país tienes tres formas de medrar en la vida y ganar dinero: 1) convertirte en político corrupto; 2) que te toque la Lotería y 3) que tu hijo se haga futbolista de Primera División. Y ahí está tu hijo atándose los cordones de las dos botas a la vez y chutando al aire con poco acierto. ¿De quién es la culpa? Del árbitro, por supuesto.
 
Los padres gritan como descosidos y lo puedo decir de primera mano. Cuando he ido a ver jugar a mi nieto he visto a más de una madre que se desgañitaba en un lenguaje que podríamos definir como barroco. O rococó. O arameo, para qué engañarnos. Vi padres atacar a otros más allá de la séptima graderia. He visto salir rayos de los ojos de madres hacia el árbitro en la puerta de salida del estadio. … En serio, la gente está muy mal.

Una vez un padre, oyó que otro padre en la grada del otro lado del campo había insultado a su hijo. Como no pudo soportar tal afrenta, salió desde el lado donde estaba el banquillo local, atravesó el campo mientras el partido se jugaba, literalmente saltó un muro de unos dos metros y pico, hasta llegar a la otra grada donde le esperaba atónito el otro hombre para un duelo a espada. Los demás lo intentaron separar y la cosa no fue a más, pero no sería la primera vez que se forma una tangana de los mayores en un partido de fútbol de alevines. Y los niños mientras tanto intercambiando cromos de Ronaldo.

Hoy día la cosa sigue igual y quizá si queremos erradicar la violencia del fútbol habría que empezar por la raíz de todo. Al fin y al cabo estos comportamientos enseñan a los niños que lo normal en un campo de fútbol es insultarse, pelearse y faltarse el respeto. Los partidos infantiles podrían considerarse de alto riesgo, sobre todo para la salud de los pobres árbitros que deben estar hechos de una pasta especial o son sordos. Y ya no digamos los de regional donde si pusieran controles antidopaje os puedo asegurar que más de uno daría positivo por todo lo positivable: en esas ligas lo raro es que en algún partido el árbitro no tenga que salir del campo escoltado por la policía. Mientras todo esto se arregla, una recomendación: apunta a tu hijo a tenis.

En la grada te obligan a estar callado.

Goyo Gonzalez                           

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