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viernes, 1 de enero de 2016

De profesión, entrenador de fútbol base

Uno de los objetivos principales de cualquier entrenador de fútbol base es o debería ser el hacer que los niños disfruten con el deporte de forma que podamos seducirlos para que sigan practicándolo en el futuro.

Existe una teoría ampliamente razonada que defiende que los mejores entrenadores deben estar en los equipos de base, cantera de los futuros deportistas y, a largo plazo, lugar del que deben nutrirse los primeros equipos. Los mejor entrenadores, con más conocimientos, experiencia y ganas deberían entrenar a los más pequeños ya que es en estas edades cuando realmente se aprenden mejor los conocimientos y donde se van a dar cambios importantes de cara al futuro del jugador. Esta misma teoría argumenta, con gran sentido, que la mejor inversión es trabajar bien la base de la estructura deportiva de un club para ascender a chavales y que el primer equipo se alimente, mayoritariamente, de chicos de la zona. Pero en la práctica, esta defensa del proceso de cantera no se cumple. Los clubes siguen eligiendo, para sus primeros equipos, caros entrenadores externos, que siguen sus propias ideas, las cuales nada tienen que ver con ese modelo implantado desde su base.

Por lo tanto, la reflexión de que en el fútbol base deben estar los mejores entrenadores es utópica, prácticamente imposible, aunque debemos valorar lo que tenemos. Cada vez es más frecuente ver jóvenes entrenadores que comienzan su carrera con el fútbol base, educando y tratando de transmitir toda su ilusión y conocimiento a un grupo de niños. Generalmente, muchos de ellos utilizan este tipo de categorías para iniciarse en los banquillos, coger experiencia e ir progresando poco a poco. El entrenador de cantera, aunque menos reconocido por la prensa, es el que lucha con padres y familiares en la educación del pequeño y futuro jugador. Este entrenador es consejero y maestro del niño para sus logros en la competición, iniciador de sus principales nociones para que comprenda el juego, generando una cultura en el futbolista que, a través de sus experiencias, le facilite la toma de decisiones en un deporte en el que es muy importante pensar.

Los educadores de cantera, con un bajo coste económico, en ocasiones ridículo en comparación con las horas de trabajo y dedicación, ven tremendamente dificultada su labor por el entorno, por culpa de padres y directivos cuya única preocupación es ganar. La educación del entorno es un problema que muchas veces se nos escapa y no podemos controlar. Y es que, al final, cualquier aficionado cree que sabe de fútbol, se considera entrenador y critica muchos más que alaba. El entrenador de fútbol base, haga lo que haga, será discutido. Si todos los niños juegan lo mismo, el padre que cree que tiene una estrella se quejará porque su hijo no juegue más. Si los más destacados juegan un poco más, el padre del niño que tiene un nivel inferior se quejará porque su hijo juegue menos. Si nos preocupamos de formar, en vez de ganar a toda costa, habrá padres que miren más el resultado que el progreso. Incluso habrá padres que critiquen las directrices del entrenador, hasta que no hable o grite poco.

También tenemos que hacer cierta autocrítica como profesionales de la enseñanza. Bien es cierto que hay unos entrenadores mejores que otros, entrenadores con verdadero espíritu de formación y otros más pendientes de resultados, para los que lo primero es el marcador. Entrenadores que no recomendaríamos, que poco bien hacen a sus jugadores y que deberían ser formados de nuevo. Observamos entrenadores que solo buscan éxitos inmediatos para su beneficio, no se consideran formadores para la base, se creen  entrenadores de la victoria. Su único objetivo es ganar y ganar, y se despreocupan totalmente del cómo ganar. Vemos partidos de etapas de base, donde solo juegan los mismos niños. Observamos eternos suplentes, entrenadores que hacen un sólo cambio a lo largo de un partido o niños que juegan muy pocos minutos; entrenadores en formación que usan continuamente palabras mal sonantes o insultos para dirigirse a sus jugadores o hacia el árbitro o rival, sin darse cuenta, que él es un espejo de los jugadores de su equipo. ¿Cómo es posible que un padre ponga a disposición de esos individuos la educación de sus hijos? ¿Los dejarían en manos de un profesor en un colegio con educadores de esas características? Evidentemente, no. Entonces, ¿por qué lo hacen en el club de fútbol? Tan importante es la educación diaria en un colegio como en una escuela deportiva. Los padres debemos asistir, en la medida de lo posible, a ver los entrenamientos de nuestros hijos y ver en manos de quién están. A veces, el fútbol desmotiva cuando vemos que el respeto hacia los niños y hacia el árbitro se pierde.

La formación del entrenador es fundamental. Tiene que estar preparado para educar y dirigir. Necesitamos unos procesos de aprendizaje y educación para poder llevar a cabo la difícil misión de entrenar niños. Debemos estar preparados para entender por qué un niño es tímido, por qué otro no evoluciona, por qué otro no se relaciona con los demás… El ser un buen formador es fundamental para el buen funcionamiento de un grupo. Esto no está reñido con ganar. Lo importante es enseñar el camino para ganar. Y, para ello, la formación y la educación están muy por delante. Los jugadores deben recibir enseñanzas: no gritemos a un jugador por un error, guiémoslo hacia la solución del problema que no ha sabido resolver por sí mismo, démosle indicaciones útiles para que logre el objetivo, aconsejémosle qué hacer y qué no. Cometemos el error habitual de asociar la palabra resultado solo al marcador final de un partido, sin valorar la conducta y evolución técnica de nuestros jugadores.

El fútbol de cantera fabrica los cimientos del joven jugador, es la base de su conocimiento deportivo, elimina vicios y ayuda al futbolista aprovechando los recursos que dispone. Podemos seguir vendiendo de forma populista que apostamos por la cantera y que asistimos los fines de semana a ver a nuestros equipos en las diferentes categorías, haciéndoles ver a sus padres nuestro interés por ellos, pero necesitamos algo más, necesitamos que las instituciones se conciencien y nos crean, crean que el futuro del deporte, el futuro del fútbol, es la cantera, la base, los niños y no únicamente los jugadores del primer equipo. No esperemos a una mala situación económica para apostar por la cantera, hagámoslo por convicción, porque pensemos que es la mejor forma de funcionar. Confiemos en esos chavales que quieren dejarse la piel por su equipo del alma, por el club que han conocido y con el que han jugado desde pequeños, por su ilusión de llegar a jugar con el primer equipo. Apostemos por cambiar estructuras internas que requieren tiempo y paciencia, luchemos claramente y con pulso firme por jugadores jóvenes que probablemente estén más agradecidos y más involucrados con el equipo que aquellos que acaban haciendo más cara la estructura de cualquier club.

Soy entrenador de fútbol base por los buenos entrenadores que he tenido y por los malos, también. Soy entrenador porque me gusta transmitir conocimientos, promover valores, porque, en ocasiones, nos vemos afectados por el desánimo cuando observamos que el entorno social no valora suficientemente nuestro trabajo, por ver el progreso del niño, por el sentimiento de soledad que padecemos ante la enorme responsabilidad con la que hemos de cargar en el desempeño de nuestro trabajo, por sentirme responsable conmigo mismo, con mis alumnos, con mis compañeros. Soy entrenador para comprometerme a mejorar la vida de los niños, animarlos a esforzarse, ayudarlos en su formación y ver cuándo ponen en práctica lo entrenado. Por ver al futbolista que educaste unos años después y ver en lo que se ha convertido: ese orgullo silencioso que se queda en el interior del que educa, esa satisfacción personal del trabajo bien hecho, el haber logrado algo bueno. Soy entrenador porque, cuando enseño, lo hago como una forma de dárselo a los demás, intentando transmitir pasión por este deporte y me gusta porque aprendo de mis alumnos. Soy entrenador de fútbol porque me encanta enseñar y aprender, porque no existe nada más satisfactorio que los jóvenes expresen y desarrollen lo aprendido, sean ellos quienes lleguen al conocimiento, atenderlos ante la adversidad, llegar al respeto y al cariño del niño a través de su pasión por el deporte. Soy entrenador porque cuando hablo con mis jugadores me gusta decirles que, en muchas cosas, el fútbol es como la vida: si tenemos un poco de talento y trabajamos en equipo, si encontramos cuáles son nuestras virtudes y entrenamos duro para mejorarlas, nos irá bien.

Entrenar es muy fácil, pero entrenar bien…muy difícil. Ser un buen profesional es conocer a fondo la labor que practicamos, realizándola con vocación y agrado, con responsabilidad y seriedad, preocupándonos de estar al día en los avances que tenga esa profesión. El pensar antes de actuar, el concentrase en la labor, el mantener la empatía hacia los demás y la confianza en lo que uno hace son también factores positivos. Pero hay algo más. Un buen profesional debe tratar siempre de facilitarles a sus colegas sus experiencias y conocimientos. Solo así será, además, un factor de confianza en su sector. La habilidad de un entrenador, y más en concreto de uno de fútbol base, se traduce en la capacidad de transmitir a sus jugadores sus conocimientos, con el fin de que los hagan suyos, dotándolos de un sano espíritu competitivo. Soy entrenador de niños porque, cuando los entreno, no pretendo que sean lo que yo quiero que sean, porque me importa que lleguen a ser todo lo que pueden ser o por lo menos que lo intenten.

Quisiera alabar y agradecer la figura del entrenador de fútbol base. Ése es el entrenador que realmente no tiene precio. Es difícil expresar lo que significa ser ese tipo de entrenador, que un niño a tu cargo llore por el fútbol, que tu abrazo o tus palabras de ánimo o incluso una sonrisa pueda hacerlo feliz y le hagas olvidar sus malos momentos, disfrutando con un balón. Ese entrenador que daría cualquier cosa por jugar el partido, que respira tensión, preocupación, inquietud, compañerismo, el que dirige al grupo, que se traga las lágrimas e intenta trasmitir tranquilidad a esas inquietas y aceleradas criaturas, el que antes de salir al campo reúne al equipo para que realicen su grito de ánimo: “¿qué vamos a hacer? Jugar y divertirnos”.

Posiblemente, tenga la ilusión de llegar a entrenar a algún equipo de élite, cuanto más arriba, mejor, aunque no persigo con ansia tener una carrera exitosa, simplemente quiero disfrutar, formar y enseñar. No me importaría pasar toda mi trayectoria con el deporte de cantera, porque me encanta y soy feliz siendo entrenador de fútbol base.

Pedro Meseguer Díez, Técnico Deportivo Superior y Entrenador Nacional de Fútbol

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